Si el blues tiene una figura mítica, alguien cuya historia pase por encima de la música, como lo ha sido Charlie Parker en el jazz o Hank Williams en el country, ese personaje es Robert Johnson, la figura más conocida en la historia de los 12 compases. Por supuesto, la leyenda se fortalece en el hecho de que dejó un pequeño legado de canciones que se convirtieron en piedras fundamentales del género mismo, como por ejemplo “Sweet Home Chicago” o la bien conocida “Crossroads”, que han sido adaptadas por infinidad de artistas, desde los Rolling Stones hasta los Red Hot Chili Peppers.
Como compositor, cantante y guitarrista de gran destreza, Johnson produjo lo mejor del blues y se convirtió en la verdadera leyenda. Un genio atormentado por los demonios, por el alcohol, por las mujeres, que nació hace 100 años, el 8 de mayo de 1911, y que murió joven, el 16 de agosto de 1938, logrando adquirir todo ese perfil de personaje mitológico, que se ha logrado mantener gracias al romanticismo de muchos biógrafos.
La leyenda de Robert Johnson, para quienes no la conocen, es más o menos así: Un joven negro de una plantación del Mississippi con grandes deseos de convertirse en músico de blues, le dicen que lleve su guitarra a la medianoche a un cruce de caminos y allí un gigantesco hombre negro (el diablo) se la afinará. A cambio de su alma, en un año el músico se convierte en el rey del blues del Delta, creando los mejores blues que alguien hubiera podido escuchar en esa época.
La leyenda continúa diciendo que Johnson llegó al éxito gracias a sus conciertos y a sus grabaciones, pero él seguía atormentado por las pesadillas de perros diabólicos que lo perseguían y ese dolor solamente encontraba un alivio al momento de componer o de interpretar su música. Gracias a su fama fue llamado para participar en el concierto “Spirituals to Swing”, que se haría en el Carnegie Hall de Nueva York, pero semanas antes del espectáculo llegó a la Gran Manzana la noticia desde el Mississippi: Robert Johnson había sido envenenado por un novio celoso durante una presentación en un juke-joint. Quienes estaban allí cuentan que lo vieron correr en cuatro patas, aullando y botando espuma por la boca como si fuera un perro rabioso. Sus últimas palabras, habladas o escritas, fueron “Le pido a mi redentor que venga y me saque de la tumba”. Johnson fue enterrado en una tumba sin nombre, sellando así su pacto con el diablo.
Volviendo al mundo real, las influencias musicales de Johnson no son tan disparatadas como lo que sugiere la leyenda. Cuando era joven, Johnson intentó tocar armónica, pero encontró que no tenía mucha habilidad para este instrumento. Sus deseos musicales lo llevaron hacia la guitarra, aprendiendo a tocar mientras veía a Son House, Charley Patton y Willie Brown. Johnson dejó la ciudad de Robinsonville luego de casarse y se estableció en Hazelhurst con la determinación de convertirse en músico profesional. Después de que su esposa muriera durante el parto de su primogénito, Johnson regresó a Robinsonville, se encontró con House y Brown, tocó con ellos algunas canciones y la única explicación que los grandes músicos del Delta tuvieron acerca del talento de Johnson fue que había hecho un pacto con el diablo.
Las habilidades de Johnson fueron adquiridas de formas más terrenales que de un trabajo estilo Fausto. Johnson era ídolo de Scrapper Blackwell y de Lonnie Johnson, tanto que en ocasiones se presentaba como su hermano o adquiría su nombre prestado. También era fanático de la música de Skip James y de Kokomo Arnold, quienes fueron elementos de inspiración para crear su particular estilo pero, al parecer, su mayor influencia fue un músico llamado Ike Zinneman, cuyo sonido realmente no se conoce, con quien solía reunirse a altas horas de la noche, en el cementerio, para tocar sentados sobre una tumba. Un año después de estar bajo la tutela de Zinneman, Johnson logró tener todo ese conocimiento de la guitarra, con una habilidad única para cantar y tocar múltiples estilos, pero su mayor contribución fue interpretar boggie con la guitarra, algo que en los años 30 solo era hecho por pianistas, tocando guitarra líder y guitarra rítmica al mismo tiempo.
A pesar de que Robert Johnson no grabó tanto como Lonnie Johnson, Charley Patton o Blind Lemon Jefferson, con seguridad viajó mucho más que todos ellos juntos. Después de sus primeros registros, Johnson salió a los caminos, tocando donde fuera y cuando fuera, inspirándose en las experiencias de los nuevos lugares y cosas, llegando a ciudades como San Luis, Chicago y Detroit, sitios que algunos de sus compañeros tan solo habían visto en fotos.
Pero el final de ese camino llegó una noche de sábado, en agosto de 1938, en un lugar del Mississippi llamado Three Forks. Johnson tocaba con Honeyboy Edwards y Sonny Boy Williamson II, cuando tomó un whisky envenenado, posiblemente, por el esposo de la cantante a quien Johnson coqueteaba. Siguió interpretando su música hasta que se sintió muy mal y se fue a descansar. Robert Johnson estuvo enfermo durante varios días, expulsando todo el veneno a través de su sudor pero pescando una neumonía, por la cual murió el 16 de agosto. La leyenda apenas estaba comenzando.
A mediados de la década de 1960, Columbia Records lanzó “King Of The Delta Blues Singers”, la primera compilación musical de Johnson. El cuadernillo traía una romántica especulación de la vida del músico, que durante años fue la introducción a la leyenda, ayudando a promover el mito. Un segundo volumen fue publicado en 1970 y en 1990 llegó la colección completa, dos discos compactos más lo que se podría considerar como el Santo Grial del blues: las dos únicas fotografías que se conocen de Robert Johnson. Esta colección llegó a vender más de un millón de copias, siendo el primer disco de blues en alcanzar esta cifra, y obtuvo un premio Grammy.
Después de eso, el nombre de Robert Johnson se convirtió en un elemento de mercadeo. Camisetas, afiches, postales, entre otras cosas, convirtiéndolo en la figura del blues que más lucro ha conseguido, algo que seguramente Johnson, cuando estaba vivo, no pensaba. Ni siquiera pasaría por su cabeza el hecho de que se iba a convertir en una leyenda.
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